Hace apenas una década, los consumidores empezaron a cuestionarse la conveniencia de desembolsar más de 100 dólares al mes por engorrosos paquetes de cable que ofrecían cientos de canales y, paradójicamente, pocos que merecieran la pena ver.
Las plataformas de streaming prometían una atractiva alternativa, televisión a la carta, por una fracción del costo. Nos zampamos temporadas enteras de series como The Walking Dead, Breaking Bad y Mad Men. Fue el momento en que los «cord-cutters» empezaron a dar la espalda a los paquetes de televisión por cable.
Sin embargo, al revisar nuestros extractos bancarios en 2023, nos damos cuenta de algo inquietante. La revolución del cord-cutting, anunciada en su día como una rebelión rentable contra la vieja guardia, se ha convertido inadvertidamente en una propuesta más cara.
La edad de oro del streaming asequible ha llegado a su fin, ya que los proveedores de plataformas se encuentran en una precaria danza con la tolerancia de los consumidores a las subidas de precios.
Streamflation: El costo oculto de cortar el cable
Cortar el cordón umbilical solía ser una forma de ahorrar dinero, pero esos días han quedado atrás. Los servicios de streaming más populares, como Netflix, Disney y Apple, han subido sus precios.
El plan básico de Netflix cuesta ahora 11 dólares, frente a los 9,99 dólares anteriores, y su plan Premium cuesta actualmente 22,99 dólares. Disney también ha duplicado su precio hasta los 13,99 dólares al mes. Incluso Apple ha aumentado su precio un 40%. En resumen, el streaming es cada vez más caro.
El Wall Street Journal acuñó el término «streamflation» para destacar el aumento de casi un 25% en un año del costo medio de un importante servicio de streaming sin publicidad. Sin embargo, los gigantes del streaming no se conforman con los ingresos directos por suscripción, sino que también están explorando la monetización a través de la publicidad.
Amazon Prime Video, durante mucho tiempo uno de los pilares del paquete de suscripción Amazon Prime, ha anunciado planes para introducir publicidad limitada, introduciendo de hecho anuncios en una plataforma que antes se anunciaba por su experiencia sin publicidad.
Aquellos que opten por una experiencia de visualización ininterrumpida deberán pagar aún más por encima de su membresía Prime de 139 dólares al año.
La suscripción sin publicidad de Hulu se ha disparado un 27% hasta los 17,99 dólares, lo que indica un cambio en toda la industria hacia la capitalización de ambos extremos del espectro de consumidores: aquellos que buscan la asequibilidad se ven cada vez más empujados hacia los planes con publicidad, mientras que los que prefieren una experiencia sin publicidad deben reconciliarse con la escalada de costes.
Los espectadores anhelan la sencillez de ver sus series y películas favoritas a su manera, sin el dolor de cabeza de tener que hacer malabarismos con múltiples suscripciones que drenan sus carteras.
Una familia que tenga un paquete de televisión por cable para los canales deportivos, Netflix, Amazon Prime, Apple+ y Disney para el streaming, y un paquete familiar de Spotify para el streaming de música, podría llegar rápidamente a los 200 dólares al mes.
Esta bifurcación en las estrategias de precios e inclusión de anuncios nos obliga a plantearnos una pregunta fundamental: ¿Pueden estas plataformas subir los precios hasta un 30% sin que se produzca una pérdida significativa de clientes?
El panorama del streaming ha llegado a una encrucijada crucial que nos obliga a reconsiderar la propuesta de valor de cortar el cordón umbilical. Con el aumento de los precios (también conocido como «streamflation») y la intrusión sigilosa de la publicidad, combinados con las presiones del costo de la vida y la disminución de los ingresos prescindibles, muchos se verán tentados a volver a las turbias aguas de la piratería.
¿Ver o robar? El renacimiento de la piratería en línea
Datos recientes de la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) y una encuesta australiana revelan una preocupante inversión de la tendencia a la baja de la piratería en línea desde 2020, siendo el coste el principal motor.
En Australia, esto ha dado lugar a una estadística alarmante: el 39% de la población recurrió a la piratería para obtener algún tipo de medio en 2022, lo que supone un aumento del 5% en comparación con hace tan solo dos años.
Curiosamente, a pesar de los importantes esfuerzos de los propietarios de IP y los ISP para frenar este comportamiento ilícito, como bloquear el acceso a sitios notorios, los consumidores expertos en tecnología siguen encontrando soluciones alternativas, incluidas las VPN y las direcciones web proxy.
Esto sugiere que las tácticas convencionales para frenar la piratería están resultando menos eficaces ante el aumento de los costos del streaming.
Además, la lucha por mantener la rentabilidad empuja a los servicios de streaming a introducir la publicidad como modelo alternativo de ingresos, lo que podría alejar aún más a las audiencias.
Esta vuelta a la piratería también tiene ramificaciones para los creadores de contenidos, que ya navegan por una estructura de compensación opaca, complicada por la ausencia de cifras transparentes de streaming. Estos creadores podrían ver mermados sus derechos de autor, lo que afectaría a un ecosistema ya de por sí cambiante.
¿Es el «darse un atracón y cancelar» el futuro de las suscripciones de streaming?
Como el precio de los servicios de streaming sigue subiendo, muchos consumidores adoptan la táctica de «darse un atracón y cancelar» el consumo de contenidos. Muchos se suscriben a Netflix durante uno o dos meses para ver todos los programas que les interesan y luego cancelan la suscripción. Al mes siguiente, pueden pasarse a Disney+ durante un mes.
Al suscribirse a un servicio sólo uno o dos meses al año, se puede «programar» la suscripción para que coincida con el estreno de nuevas temporadas o series que le interesen especialmente, y darse de baja una vez que se haya puesto al día.
Esta estrategia también ofrece la ventaja de evitar las interrupciones publicitarias si eliges planes sin anuncios durante tus breves periodos de suscripción. En un mundo en el que el «streaming» se está convirtiendo en la norma, este enfoque flexible podría ser el futuro del consumo responsable de medios, ya que te da la libertad de organizar tu dieta de entretenimiento sin arruinarte.
Lo esencial
El paso del cable tradicional al streaming se anunció inicialmente como una marcha triunfal hacia la asequibilidad y la libertad de elección. Sin embargo, la escalada de los costes de las suscripciones de streaming, salpicada por el nuevo fenómeno de la «streamflación», nos ha llevado a una coyuntura compleja.
Los consumidores se ven atrapados entre el aumento de los costes de suscripción y la afluencia de publicidad en plataformas que antes eran santuarios sin anuncios.
Al mismo tiempo, las contramedidas de la industria contra la piratería pierden eficacia a medida que los consumidores, sensibles a los precios, encuentran formas cada vez más sofisticadas de eludir las restricciones. Esta intersección de tendencias pone de relieve una cuestión urgente sobre la sostenibilidad del actual modelo de streaming.
Es posible que en 2024 se produzca la tan necesaria consolidación del panorama del streaming. Apple, con su habilidad para el timing estratégico y su incomparable valoración de mercado de 3 billones de dólares, está bien preparada para ser el catalizador de esta agitación.
Los analistas están muy atentos a los indicios de que el gigante tecnológico intente adquirir Disney o Netflix, pero parece que hay algunos giros argumentales en el horizonte.
La narrativa ha cerrado el círculo. El cord-cutting, que comenzó como una forma inteligente de escapar de las desorbitadas facturas del cable, ahora hace que los consumidores se cuestionen la lógica financiera de mantener múltiples suscripciones de streaming.
Suscribirse y cancelar es una estrategia táctica que permite consumir contenidos sin compromisos financieros a largo plazo.
El próximo capítulo de la saga del streaming aún está por escribir, pero una cosa está clara: las reglas del juego están cambiando, y nosotros también debemos hacerlo.